Especiales Divino Niño Jesús de Praga

El “Pequeño Rey”

El Niño Jesús en su altar en el Santuario de Nuestra Señora de la Victoria, en Praga


La imagen del Niño Jesús de Praga, la más famosa del Divino Infante, se volvió objeto de veneración universal, con réplicas diseminadas en todo el orbe, incluso en el Perú.


Plinio María Solimeo


Aunque muchos hayan oído hablar del Niño Jesús de Praga, pocos conocen datos concretos a respecto de esta devoción a la divina infancia del Salvador del mundo.1 Al transcurrir este mes de diciembre la conmemoración de su gozoso Nacimiento —la fecha máxima de la Cristiandad— juzgamos oportuno presentar a nuestros lectores esta admirable historia.

Desde tiempos inmemoriales, los justos del Antiguo Testamento ansiaban la venida del Prometido de las Naciones, que vendría a enderezar los caminos tortuosos, aplanar los montes, llenar los valles. En una palabra, abrir el Cielo para la humanidad pecadora. El Profeta por excelencia de esos futuros acontecimientos, Isaías, siete siglos antes de la venida del Divino Redentor, anunció que Él nacería de una Virgen.

En los primeros siglos de la era cristiana, muchos fueron los santos que trataron del tema del Dios Niño y su nacimiento, especialmente el Papa San León Magno.2

Pertenece a la Edad Media la gloria de corporificar y expandir esa devoción. Varios santos fueron entonces llamados por la gracia divina a manifestar especial fervor por la divina infancia de Nuestro Señor Jesucristo, a quien se llega por medio de Nuestra Señora. San Francisco de Asís, al meditar enternecido a respecto del gran Dios que se hizo frágil Niño sobre un pesebre, montó el primer nacimiento para representar a ese divino misterio. San Antonio de Padua, siguiendo el ejemplo de su maestro y fundador, se encantaba con el Niño Dios, y mereció recibirlo varias veces milagrosamente en sus brazos. Y es de ese modo que el gran santo franciscano es comúnmente representado. Otros santos, como Santa Rosa de Lima, recibirían posteriormente la misma gracia.

Sin embargo, fue en la España de la Contra-Reforma, durante el llamado “siglo de oro”, que el divino Niño Jesús pasó a ser venerado en imágenes en que aparece de pie, manifestando uno u otro de sus atributos.

La gran Santa Teresa de Ávila introdujo esa devoción en sus conventos, y a partir de ellos se expandió por toda España y después por el mundo. Su discípulo y cofundador de la rama Carmelita masculina reformada, el sublime San Juan de la Cruz, se entusiasmaba tanto con ese misterio de un Dios hecho hombre, que, durante el período de Navidad, llevaba la imagen del Niño Jesús en procesión, y danzaba con ella en brazos. También compuso sublimes poesías sobre la Natividad.

Así, surgieron en los conventos carmelitas varias invocaciones al Niño Jesús, como El Peregrinito, El Lloroncito, El Fundador, El Tornerito y El Salvador.

Pero tal devoción no se limitaba a los claustros. Ya Hernando de Magallanes, cuando descubrió Filipinas, llevaba consigo una de esas imágenes de Jesús Niño, y allí la dejó, siendo venerada hasta hoy en la isla de Cebú.

Venerable Carmelita: confidente del Niño Dios

Le cupo sin embargo a una hija de Santa Teresa ser la confidente del Niño Jesús y la propagadora de su devoción. Se trata de la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento (1619-1648), carmelita del convento de Beaune, en Francia.

Esta monja, fallecida a los 29 años, entró al convento a los 11 años como pensionista. Tenía gran familiaridad con los Ángeles y Santos y el privilegio de participar de todos los grandes misterios de la Vida del Salvador, como su Nacimiento, Transfiguración y Pasión. Sin embargo, recibió la misión especial de venerar y propagar especialmente la devoción a la divina infancia de Cristo.

“Yo te escogí para honrar y hacer visible en ti mi infancia y mi inocencia, cuando yo yacía en el pesebre”, le dijo el Niño Dios, mientras ella rezaba delante de una imagen suya existente en el convento, conocida como El Rey de la Gloria. La hermana Margarita del Santísimo Sacramento recibía muchas gracias extraordinarias, mediante las cuales el Niño Jesús le hacía comprender de un modo más profundo ese misterio.3

Ella fundó la Familia del Niño Jesús, invitando a todos los que quisiesen participar de ella a celebrar con fervor los días 25 de cada mes, en recuerdo de la Santa Natividad, y a rezar la Corona del Niño Jesús (tres Padrenuestros y 12 Avemarías) en honra de los 12 primeros años de su vida.

Dos siglos después, otra Carmelita, Santa Teresita del Niño Jesús (+ 1897), honró de modo especial al Niño Dios, no sólo al escogerlo para su nombre en religión, sino iniciando la vía de la “Infancia Espiritual”. Fue en una noche de Navidad, la de 1886, que ella recibió la mayor gracia de su vida, según dijo, es decir, la de salir de la inmadurez de la infancia para entrar en la gran vía de los santos.

Ella se abandonaba al Niño Dios con toda docilidad, como una pelota en las manos de una criatura. Cuando recibió el encargo de adornar una imagencita del Niño Jesús que había en el claustro, ella lo hacía con gran devoción. Asimismo, mantenía prolongados coloquios con el Niño Dios delante de la imagen del Niño Jesús de Praga que se encontraba en el coro del noviciado.

Maravilla de Praga: el Pequeño Rey

Praga, capital de la actual República Checa, es considerada, a justo título, una de las más bellas capitales de Europa. El visitante no se cansa de recorrerla, descubriendo siempre cosas nuevas y maravillas insospechadas. Su topografía concurre mucho para su belleza, y el río Moldava, que la atraviesa, se volvió casi legendario. La arquitectura de Praga refleja los diversos períodos de su historia. En ella se ven desde fundaciones románicas, bellísimos ejemplos del gótico religioso y civil, edificaciones renacentistas, barrocas y clásicas. Y hasta un ejemplo del llamado “arte” moderno, como triste concesión al espíritu del tiempo.

Entre las innumerables edificaciones dignas de mención en esa ciudad privilegiada, figura la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, primer santuario barroco local, erigido entre 1613 y 1644. Perteneciente a los Carmelitas Descalzos, en ella está la gran maravilla de Praga: la encantadora imagen del Pequeño Rey, como es conocido el Niño Jesús de Praga.

Santuario de Nuestra Señora de la Victoria

Raíces de una devoción providencial

En el siglo XVII, en el primer período de la sangrienta Guerra de los Treinta Años, el General de los Carmelitas Descalzos, el Venerable Fray Domingo de Jesús María, se había destacado, exhortando a los ejércitos católicos en la victoria del emperador alemán contra el príncipe elector del Palatinado, el calvinista Federico. En señal de gratitud hacia él, en 1624 el Emperador Femando II llamó a los Carmelitas a Praga —entonces capital del Sacro Imperio Romano Germánico— y les cedió la referida iglesia, rebautizada con el nombre de Santa María de la Victoria, por la ayuda concedida por la Madre de Dios al ejército católico en aquella batalla.

El año 1628, Fray Juan Luis de la Asunción, entonces Prior de los Carmelitas Descalzos de la ciudad, le comunicó a sus religiosos que había sentido una moción interior en el sentido de que venerasen de un modo especial al Niño Dios, para que protegiese a la comunidad, y a fin de que los novicios aprendiesen como Él a hacerse pequeñitos para entrar en el reino de los Cielos.

Casi simultáneamente la Providencia inspiró a la princesa Polyxena de Lobkowicz —quien había enviudado e iba a retirarse a su castillo de Roudinice nad Labem— a donar al convento carmelita una imagen de cera del Niño Jesús que ella poseía. Estaba representado de pie, portando trajes reales, con el Globo en la mano izquierda y la derecha en actitud de bendecir. Tal imagen era un querido recuerdo de familia, pues su madre, Doña María Manrique de Lara, la había recibido como regalo de nupcias cuando se casó con Vratislav de Pernstein, y la dio a su hija también como regalo de bodas.

La princesa Polyxena le dijo al prior, al entregarle la imagen: “Yo os ofrezco, querido padre, lo que más quiero en el mundo. Honrad a este Niño Jesús y estad seguro de que, mientras lo venerareis, nada os faltará”.

Fray Juan Luis agradeció el regalo, que venía tan milagrosamente al encuentro de su deseo, y ordenó que la imagen fuese colocada en el altar del oratorio del noviciado. Allí los religiosos se reunirían todos los días para alabar al Divino Infante y encomendarle sus necesidades.

Después de un primer momento de prosperidad en Praga, los Carmelitas quedaron reducidos casi a la miseria. El prior y sus súbditos recurrieron al Niño Jesús, pidiéndole que les fuese propicio. Esa confianza no fue infundada. El Emperador Fernando II, Rey de Bohemia y de Hungría, conociendo las necesidades por las cuales pasaba la comunidad carmelita, le concedió una renta anual de mil florines y un auxilio sobre las rentas imperiales.

Al mismo tiempo, sucedió otro hecho extraordinario que comprobaba de qué manera el Niño Jesús de Praga no dejaba de socorrer a aquellos que a Él recurriesen.

Existía en el convento una viña, la cual hacía tiempo estaba completamente estéril. De repente, de la forma más imprevista, comenzó a florecer y a fructificar, siendo sus frutos más dulces y espléndidos de lo que se podría imaginar.

Fray Cirilo: de objeto de milagro a apóstol del Niño Jesús

Habitaba este convento un joven sacerdote, Fray Cirilo de la Madre de Dios, que, habiendo dejado el ramo carmelita mitigado, abrazó la reforma de Santa Teresa. Sin embargo, en vez de encontrar la paz que tanto esperaba, se sentía como un réprobo, sufriendo las penas del infierno. Nada lo consolaba o apaciguaba.

El prior, notándolo triste y abatido, le preguntó qué estaba sucediendo. Fray Cirilo le abrió el corazón, contando todas sus penas. “Una vez que la Navidad se aproxima, le dijo el prior, ¿por qué  no se pone a los pies del Santo Niño y le confía todas sus penas? Verá como Él lo ayudará”.

Obedeciendo, Fray Cirilo se dirigió a la imagen del Niño Jesús: “¡Querido Niño, mirad mis lágrimas! Estoy a vuestros pies, ¡ten piedad de mí!” Al instante, sintió como que un rayo de luz penetraba su alma, haciendo desaparecer todas las angustias, dudas y sufrimientos.

Conmovido y sumamente agradecido, Fray Cirilo se volvió un verdadero apóstol del Divino Infante.

Ataque sacrílego de protestantes

Mientras tanto, los protestantes se reagruparon en noviembre de 1631, bajo el mando del príncipe elector de Sajonia, y asediaron nuevamente Praga. Hubo pánico entre los imperiales y la angustia dominó a los habitantes de la ciudad. Muchos huyeron.

Fray Juan María, por prudencia, mandó a sus frailes a Munich, permaneciendo en la ciudad para cuidar el convento tan sólo con otro religioso.

La princesa Polyxena, de niña, junto a su madre Doña María Manrique de Lara

Praga capituló. Los soldados protestantes invadieron iglesias y conventos, profanando y destruyendo objetos del culto católico. Pusieron en prisión a los dos frailes Carmelitas y comenzaron a depredar el convento. Al ver en el oratorio de los novicios la imagen del Niño Jesús, comenzaron a reír y burlarse de ella. Uno de los soldados, deseoso de mostrarse delante de los otros, seccionó con la espada las manitos de la imagen con el aplauso de sus compañeros. Después, la arrojó en medio de los escombros a que había quedado reducido el altar.

Ahí el Niño Jesús quedó olvidado.

Firmada la paz en 1634, los Carmelitas pudieron regresar a su convento.

Fray Cirilo no regresó con los otros, y nadie más se acordó de la imagen del Niño Jesús. Tres años más tarde llegó Fray Cirilo y enseguida notó la falta. Buscó la preciosa imagen, pero no la encontró. No había que hacer.

La paz, sin embargo, no fue duradera. Los suecos, rompiendo los acuerdos, sitiaron otra vez Praga, quemando en su camino castillos y poblaciones.

El prior recomendó a sus frailes que rezasen, pues esta vez sólo la oración podía salvarlos. Entonces Fray Cirilo sugirió que se encomendasen al Pequeño Rey, y se puso a buscar nuevamente la imagen. Después de mucho trabajo, la encontró finalmente detrás del altar, cubierta de polvo y suciedad. Por increíble que parezca, nadie había hurgado en aquel lugar durante aquellos atribulados tiempos. Con alegría, la llevó al prior. Delante de la imagen con las manos seccionadas, los frailes oraron fervorosamente por la salvación de la ciudad, lo que realmente se dio. Los suecos levantaron el cerco.

Milagrosa restauración de la imagen

Cuando a imagen fue nuevamente entronizada en el oratorio de los novicios, los benefactores del convento, que durante esos difíciles años habían también ausentado, volvieron a traer su ayuda.

Cierto día Fray Cirilo estaba en oración delante del Niño Dios, pidiendo por la comunidad, cuando Éste le dijo tristemente: “Ten piedad de mí, y yo tendré piedad de ti. Restitúyeme las manos que me cortaron los herejes. Cuanto más me honrareis, más os favoreceré”.

Por motivos ignorados, hasta entonces el fraile no se había empeñado en restaurar la imagencita. Se apresuró a narrar lo sucedido al prior. Pero parece que éste no le dio mucho crédito. Y a causa de la indigencia en que se encontraba el convento, le dijo que era necesario esperar días mejores, pues había necesidades más apremiantes.

Profundamente afligido, Fray Cirilo pidió a Dios que le diese los medios de restaurar la imagen, y la ayuda vino de manera inesperada. Un noble extranjero le pidió para confesarse con aquel religioso, y después le dijo: “Reverendo Padre, estoy convencido de que el buen Dios me condujo a Praga para prepararme para la muerte y haceros un poco de bien”. Y le entregó una limosna de cien florines.

El fraile buscó al prior, entregándole la suma y pidiendo por lo menos un florín para restaurar la imagen. Pero el prior, a pesar de ese pequeño milagro, dijo que eso no era tan apremiante y podía esperar. Peor aún: mandó que Fray Cirilo sacase la imagencita del oratorio y la llevase a su celda hasta que pudiese ser restaurada. Con lágrimas en los ojos, el fraile obedeció, pidiendo al Pequeño Rey perdón por su incomprensión.

Se le apareció entonces la Santísima Virgen y le hizo comprender que el Niño Jesús debería ser restaurado cuanto antes, y ser expuesto a la veneración de los fieles en una capilla a Él dedicada. ¡Siempre es Nuestra Señora quien conduce a Jesús!

Poco tiempo después, surgió una circunstancia propicia con la elección del nuevo prior. Fray Cirilo le hizo el mismo pedido, y éste respondió: “Si el Niño nos diera antes su bendición, entonces haré reparar la imagen”. Poco después tocaron la puerta, y una dama desconocida entregó a Fray Cirilo un buen donativo. El prior, sin embargo, sólo le dio medio florín para la restauración, diciéndole que tenía que bastar. Pero a la insignificante cantidad se le sumó pronto el generoso donativo de Daniel Wolf, funcionario de la corte favorecido por el Niño Jesús.

La imagencita fue así restaurada y colocada dentro de una urna de cristal próxima a la sacristía. Se cumplía el deseo expresado por Nuestra Señora a Fray Cirilo, de que el Niño fuese expuesto a la veneración pública.

Cura milagrosa y aumento del culto

Un hecho inesperado daría gran impulso a la devoción al Pequeño Rey. Cierto día, en 1639, Fray Cirilo, tenido ya por muchos como santo, fue buscado por el Conde de Kolowrat, Enrique Liebsteinski, cuya esposa estaba gravemente enferma. El Conde pidió al carmelita que llevase la imagen del Niño Jesús a la cabecera de la enferma, alegando que ella era prima de la princesa Polyxena, que había donado la imagen al Convento. Como varios médicos ya la habían desahuciado, la única esperanza que restaba era el Santo Niño.

Fray Cirilo no podía dejar de atender tan justo pedido. Llegando al cuarto de la moribunda, le dijo el marido: “Querida, abre los ojos. Ved, aquí está el Niño Jesús para curarte”. Con gran esfuerzo la enferma abrió los ojos, su rostro se iluminó, y ella exclamó: “¡Oh! ¡El Niño está aquí en mi cuarto!” E irguió los brazos hacia Él, a fin de besarlo. Al ver esto, el marido exclamó exultante: “¡Milagro! ¡Milagro! ¡Mi mujer se ha salvado!”

La alegría fue general. Tan pronto se restableció, la condesa fue al convento y ofreció al Niño una corona de oro y objetos preciosos en señal de gratitud.

Éste fue uno de los milagros más célebres atribuidos al Pequeño Rey. A partir de él su devoción comenzó a diseminarse no sólo en la corte, sino también entre el pueblo de la ciudad y sus alrededores. Y ante el altar del Niño Dios afluían, cada vez en mayor número, peregrinos de todas partes.

Eso hizo con que una rica dama de la corte, llevada por devoción indiscreta, hurtase la imagen. Pero este sacrilegio fue castigado por Dios, y el Pequeño Rey retornó a los Carmelitas.

Las grandes donaciones en dinero y en bienes, con las cuales los fieles agradecían las gracias recibidas del Divino Infante, hicieron posible construir la capilla destinada a la milagrosa imagen. Para su solemne consagración, en 1648, fue invitado el Arzobispo de Praga, Cardenal Ernesto Adalberto de Harrach, quien concedió a los frailes la más amplia facultad de celebrar misa en esa ermita del Santo Niño Jesús. Con esa solemne confirmación del Arzobispo, la capilla del Pequeño Rey de la Paz se convirtió en un lugar de culto oficial y muy frecuentado.

Nuevas probaciones, altar definitivo

Nuevamente en 1648, en otra batalla durante la Guerra de los Treinta Años, las tropas protestantes suecas invadieron la ciudad y transformaron el convento Carmelita en hospital de campaña. Pero ninguno de los 160 soldados heridos ahí tratados se atrevió a escarnecer del Santo Niño. Por lo contrario, el mismo comandante de los invasores, el General Konigsmark, durante una inspección, se postró ante la milagrosa imagen, diciendo: “¡Oh Niño Jesús! No soy católico, mas también creo en tu infancia y estoy impresionado al ver la fe de las personas y los milagros que haces en su favor. Yo te prometo que, en cuanto me sea posible, haré levantar el acuartelamiento del convento”. Y entregó a los frailes una donación de 30 ducados.

Poco después los suecos levantaron el asedio de Praga, y todos atribuyeron la liberación a la protección del Pequeño Rey.

Confirmación y expansión del culto

Con el regreso a la normalidad, llegó a Praga en 1651 el Superior General de los Carmelitas, Fray Francisco del Santísimo Sacramento, que aprobó la devoción al Divino Infante, recomendando a los frailes que la difundiesen por los otros conventos austríacos y entre los fieles. Dejó escrita una carta, reconociendo la legitimidad del culto a la sagrada imagencita, que fue fijada en la puerta de la capilla del Niño Jesús.

En 1655, gracias a la contribución del Barón de Tallembert, la milagrosa imagen fue colocada en un magnífico altar en la iglesia de Santa María de la Victoria y solemnemente coronada por el Arzobispo de Praga, José de Corti. Aún hoy se celebra una fiesta solemne el día de la Ascensión, en recuerdo de esa coronación.

El año de 1675, Fray Cirilo de la Madre de Dios entregó su alma a Dios en olor de santidad, a los 85 años de edad.

La devoción al Divino Niño continuó extendiéndose en todas las clases sociales. La gran emperatriz del Sacro Imperio, María Teresa, quiso confeccionar en 1743, con sus propias manos, un rico vestido para el Pequeño Rey.

La imagen se preservó durante
las tiranías nazi y comunista

En 1744, una vez más las tropas protestantes, ahora prusianas, cercaban Praga. Las autoridades de la ciudad acudieron al convento de los Carmelitas, pidiendo al prior que el Pequeño Rey fuese llevado en procesión solemne por la ciudad, a fin de librarla de la destrucción de los herejes. Y felizmente se llegó a una capitulación honrosa, sin batallas; pocos meses después los prusianos dejaron Praga, y todos sus conmovidos habitantes acudieron a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria para agradecer al Niño Jesús esa nueva gracia.

Sin embargo, otro peligro mayor amenazaba la devoción al Divino Infante. En 1784, el impío Imperador José II suprimió el convento de los Carmelitas y confió la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria a la Orden de Malta. Y así, sin la asistencia continua de los Carmelitas, el culto al Niño Jesús decayó.

Ya en el siglo XX, durante a II Guerra Mundial, Praga fue ocupada por los nazis, y después el flagelo comunista se abatió sobre el país durante casi 50 años. Mas ni uno ni otro enemigo de la Fe católica atentó contra la milagrosa imagen, que continuó en su trono en la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria.

De Praga, el culto al Niño Jesús ya se había extendido por toda Europa, y de ahí hacia América Latina, India y Estados Unidos. En este país floreció gracias a la devoción de Santa Francisca Javiera Cabrini, que ordenó la entronización, en cada una de las casas del instituto por ella fundado, de una imagen del Pequeño Rey.

Devoción se expande a Arenzano

En 1895, los Carmelitas de Milán pidieron al Cardenal Ferrari permiso para introducir la devoción al Niño Jesús de Praga en su iglesia de Corpus Domini. El Cardenal no sólo autorizó la entronización, sino que quiso él mismo hacerla en presencia de tres mil fieles. En la ocasión, consagró a todos los niños de Milán al Niño Jesús de Praga.

A partir de entonces, esta devoción conquistó el corazón de los italianos.

En el convento Carmelita de Arenzano, fundado en 1889 por el hermano del fundador de Corpus Domini, surgió la idea de exponer un cuadro representando al Niño Jesús de Praga en la iglesia del convento. Los habitantes de la ciudad pronto se mostraron muy sensibles al nuevo culto, y el Pequeño Rey atendió sus oraciones y pedidos con muchas gracias y bendiciones.

El año de 1902, para sustituir el cuadro, la marquesa Delfina Gavotti, de Savona, obsequió a los frailes una imagencita del Niño, copia exacta de la de Praga. La enorme afluencia de fieles ante el altar del Niño Jesús motivó a los frailes a construirle un santuario expresamente dedicado. La primera piedra fue colocada en octubre de 1904, y cuatro años más tarde el templo era solemnemente consagrado.

Corona del Niño Jesús de Praga

El cronista del convento carmelita anotó entonces: “Para todos fue claro que sólo el culto a la infancia divina, venerada bajo el título del Santo Niño Jesús de Praga, dio origen, desarrollo y feliz final a nuestra empresa de construir esta iglesia, para que fuese para los fieles de toda Italia el centro propulsor de esta devoción”.

El día 7 de setiembre de 1924, Su Santidad el Papa Pío XI envió especialmente al Cardenal Merry del Val para coronar solemnemente a la sagrada imagen. Así, la devoción al Niño Jesús de Praga recibía la aprobación oficial de la Iglesia.

En Praga: los comunistas prohíben el culto

Mientras en Arenzano florecía la devoción, en Praga, transformada en capital de la entonces Checoslovaquia, el régimen comunista impedía el libre ejercicio del culto, propugnando el ateísmo de Estado. En 1968, un intento de librarse del régimen impío fue sofocado con sangre en la llamada Primavera de Praga.

La devoción al Niño Jesús continuaba restringida a los que frecuentaban la iglesia donde estaba expuesto, y también al fruto del apostolado de las monjas Carmelitas que, deportadas muy lejos de Praga, pintaban estampas con el Santo Niño y las enviaban clandestinamente a otros conventos europeos.

Finalmente, a fines de la década de los ochenta, con la caída del Muro de Berlín, y después, con la llamada Revolución del Terciopelo, cesó la dictadura comunista en Checoslovaquia y surgió la nueva República Checa, independiente y soberana. Fue restablecida la libertad civil y religiosa, y el nuevo Arzobispo de Praga, que había sido también víctima de la represión comunista, se empeñó en el reflorecimiento de la devoción al Niño Jesús. Por invitación de él, dos frailes carmelitas, justamente de Arenzano, fueron hacia Praga para reabrir el convento y estimular esa sublime devoción.

¡Divino Niño Jesús de Praga, ten piedad de nosotros!     


Notas.-

1. Este artículo fue basado en la excelente obra El Pequeño Rey, de la Hna. Giovanna della Croce  C.S.C., traducción del italiano al español por el P. Juan Montero Aparicio, AGAM, Madonna dell’Olmo, Cuneo, ltalia.
2. Ver, por ejemplo, sus Homilías sobre el año litúrgico, B.A.C., Madrid, 1969, pp. 99 y ss.
3. Cf. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t.15, p. 379.

¿De dónde saca la Iglesia Católica que el Niño Jesús nació en una gruta? Será llamado Príncipe de la Paz y su Reino no tendrá fin...
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Tesoros de la Fe N°12 diciembre 2002


Nuestra Señora de Guadalupe
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