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Los Papas y el Rosario




BENEDICTO XVI: «El santo rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia. Al contrario, el rosario está experimentando una nueva primavera» (Palabras al final del rezo del rosario en la Basílica de Santa María Mayor, 3 de mayo de 2008).

JUAN PABLO II: «El rosario, lentamente recitado y meditado en familia, en la comunidad, personalmente, os hará penetrar poco a poco en los sentimientos de Cristo y de su Madre, evocando todos los acontecimientos que son la clave de nuestra salvación» (Homilía de la misa en Kisangani, Zaire, § 9, el 6 de mayo de 1980).

PAULO VI: «No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida a la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio de la cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán” (Mt. 7, 7)»
(Encíclica Mense maio, del 29 de abril de 1965).

JUAN XXIII: «El rosario, como ejercicio de devoción cristiana entre los fieles del rito latino [...] tiene su lugar, para los eclesiásticos, después de la santa misa y del breviario, y, para los seglares, después de la participación en los sacramentos» (Carta Apostólica Il religioso convengo, § 5, del 29 de setiembre de 1961).

PÍO XII: «Será vano el esfuerzo de remediar la situación decadente de la sociedad civil si la familia, principio y base de toda sociedad humana, no se ajusta diligentemente a la ley del evangelio. Y Nos afirmamos que, para el cabal desempeño de ese arduo deber, es altamente conveniente la costumbre de rezar el rosario en familia. [...] De nuevo, pues, y categóricamente, no hesitamos en afirmar públicamente que depositamos una gran esperanza en el Rosario de la Santísima Virgen como remedio para los males de nuestro tiempo» (Encíclica Ingruentium malorum, § 8-9, del 15 de setiembre de 1951).

PÍO XI: El Rosario es «arma poderosísima para ahuyentar a los demonios, para conservar íntegra la vida, para adquirir más fácilmente la virtud, en una palabra, para la consecución de la verdadera paz entre los hombres. [...] Además, el Santo Rosario no solamente sirve mucho para vencer a los enemigos de Dios y de la Religión, sino también es un estímulo y un acicate para la práctica de las virtudes evangélicas que insinúa y cultiva en nuestras almas» (Encíclica Ingravescentibus malis, del 29 de setiembre de 1937).

BENEDICTO XV: «Aquella que la Iglesia tiene la costumbre de saludar como Madre de la gracia y Madre de misericordia, se ha mostrado siempre como tal sobre todo cuando se ha recurrido al Santo Rosario; y ésa es la razón por la cual los Pontífices Romanos jamás han dejado pasar una sola ocasión de exaltar la eficacia del Rosario mariano y de enriquecerlo con el tesoro de las indulgencias» (Encíclica Fausto appetente die, del 29 de junio de 1921).

PÍO X: «Recurramos por eso a la intercesión poderosísima de la divina Madre. Y para obtenerla más ampliamente, [...] Nos confirmamos todas las ordenanzas por las que Nuestro predecesor ha consagrado el mes de octubre a la augusta Virgen y prescrito en todas las iglesias la recitación pública del Rosario» (Encíclica E supremi Apostolatus, del 4 de octubre de 1903).

LEÓN XIII: «¡Quiera Dios —y es nuestro ardiente deseo— que esta práctica de piedad retome en todas partes su antiguo lugar de honra! En las ciudades y en las aldeas, en los hogares y en el trabajo, entre los grandes y los pequeños, sea el Rosario amado y venerado como el más noble distintivo de la profesión cristiana, y como el auxilio más eficaz para alcanzar la divina clemencia»
(Encíclica Iucunda semper, § 15, del 8 de setiembre de 1894).

PÍO IX: «Así como Santo Domingo se valió del Rosario como de una espada para destruir la nefanda herejía de los albigenses, así también hoy los fieles ejercitados en el uso de esta arma —que es el rezo cotidiano del Rosario— fácilmente conseguirán destruir los monstruosos errores e impiedades que por todas partes se levantan» (Encíclica Egregiis, del 3 de diciembre de 1856).