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El Milagro de la Santa Casa de Loreto
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Apariciones del Ángel de Portugal


 

Antes de las apariciones de Nuestra Señora, Lucía, Francisco y Jacinta (Lucía de Jesús dos Santos, y sus primos Francisco y Jacinta Marto, todos residentes en la aldea de Aljustrel, parroquia de Fátima) tuvieron tres visiones del Ángel de Portugal, o de la Paz.

Primera Aparición del Ángel

La primera aparición del Ángel tuvo lugar en la primavera o en el verano de 1916, en una gruta del “outeiro do Cabeço”, cerca de Aljustrel, y se desarrolló de la siguiente manera, conforme narra la Hna. Lucía:

Sólo habíamos jugado unos momentos cuando un viento fuerte sacude los árboles y nos hace levantar la vista para ver qué pasaba, pues el día estaba sereno. Comenzamos a ver, a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al este, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol.

A medida que se aproximaba fuimos distinguiendo sus facciones: era un joven de unos catorce o quince años, de una gran belleza. Estábamos sorprendidos y absortos; no decíamos ni una palabra.

Al llegar junto a nosotros nos dijo:

– “No temáis, soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo”.

Y arrodillándose, inclinó su frente hasta el suelo. Llevados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar:

– “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”.

Después de repetir esto tres veces se irguió y dijo:

– “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”.

Y desapareció.

El ambiente sobrenatural que nos rodeaba era tan intenso, que casi no nos dimos cuenta de nuestra propia existencia durante mucho tiempo y permanecimos en esta posición en que nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa y tan íntima que ni entre nosotros nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos nuestro espíritu envuelto por esa atmósfera, que sólo muy lentamente desapareció.

Ninguno pensó en hablar de esta aparición ni en recomendar secreto. Se imponía por sí solo. Era tan íntima, que no era fácil decir sobre ella la menor palabra. Quizá nos hizo tan fuerte impresión por ser la primera en que así se manifestaba.

Segunda Aparición del Ángel

La segunda aparición ocurrió en el verano de 1916, sobre el pozo de la casa de los padres de Lucía, junto al cual jugaban los niños. Así narra la Hna. Lucía lo que entonces les dijo el Ángel a ella y a sus primos:

– ¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios.

Pozo de la casa de Lucía, en donde apareció el Ángel a los pastorcitos por segunda vez

 

– ¿Cómo nos tenemos que sacrificar?, pregunté.

– De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Yo soy su ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con resignación el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe.

Y desapareció. Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado; el valor del sacrificio y cómo le era agradable; y cómo en atención a él, convertía a los pecadores.

Tercera Aparición del Ángel

La tercera aparición ocurrió al final del verano o principio del otoño de 1916, nuevamente en la Gruta del Cabeço y, siempre de acuerdo con la descripción de la Hna. Lucía, transcurrió de la siguiente forma:

En cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo...” No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al Ángel trayendo en la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración:

– Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores.

Después se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la hostia, y me dio la hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo:

– Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.

De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: – “Santísima Trinidad...” Y desapareció.

Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo, es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era también fuerte.

No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían en nosotros efectos muy diferentes. La misma alegría íntima y la misma paz y felicidad, pero en vez del abatimiento físico, sentíamos una cierta agilidad expansiva; en vez del aniquilamiento ante la divina presencia, era un exultar de alegría; en vez de esa dificultad para hablar, un cierto entusiasmo comunicativo. No obstante, a pesar de todos estos sentimientos, yo sentía la inspiración de callar, sobre todo algunas cosas. En los interrogatorios, esta inspiración interior me indicaba las respuestas que, sin faltar a la verdad, no descubriesen lo que debía por entonces ocultar.

Las apariciones del Ángel, en 1916, fueron precedidas por otras tres visiones, de abril a octubre de 1915, en las cuales Lucía y otras tres pastorcitas (María Rosa Matías, Teresa Matías y María Justino) vieron, también en el outeiro do Cabeço y suspendida en el aire sobre la arboleda del valle, como una “nube más blanca que la nieve, algo transparente y con forma humana”. Era “una figura como si fuese una estatua de nieve a quien los rayos del sol hacían algo transparente”. La descripción es de la propia Hna. Lucía.     

 

(Texto tomado del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, pp. 27-32)