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«Tesoros de la Fe» Nº 179

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Rocamadour, símbolo de fe enclavado en la roca

Gabriel J. Wilson

Poco más que una aldea, Rocamadour1 surge como un sueño entre las neblinas del valle. Si el célebre monte San Miguel —le Mont St-Michel, se dice en Francia— aparece como una montaña sagrada apuntando hacia las nubes, Rocamadour brota de las entrañas de la tierra y de las propias piedras en busca del cielo. Por algo es que Rocamadour significa “el peñasco de Amador”.

Pero, ¿quién fue Amador, es decir, san Amador?

Según la tradición o la leyenda (pues los documentos son escasos), Amador no fue otro sino Zaqueo, el publicano del Evangelio.2 Si la antigua Galia, más tarde el reino de Francia, se convirtió en la hija primogénita de la Iglesia, no fue sin razón. A su territorio emigraron varios discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, entre ellos Lázaro, el resucitado, y sus hermanas Marta y María, la Magdalena, quienes desembarcaron en Saintes-Maries-de-la-Mer, antiguo puerto cerca de Marsella.

El evangelio de san Lucas es bastante claro: Zaqueo era rico, lo que no lo hace simpático a los demagogos de la pobreza, tan en boga en nuestros días… Después de la pasión y muerte de Nuestro Señor, habría servido a la Santísima Virgen. Y, aconsejado por Ella, tomó el destino de otros emigrantes de la Tierra Santa, yendo a buscar refugio en la Galia.

Una leyenda dice que Zaqueo se habría casado con la Verónica, que enjugó la Santa Faz de Jesús durante la pasión. Pero que, luego de la muerte de su esposa, buscó la soledad para vivir como ermitaño en alguna caverna a media altura de las paredes rocosas de un desfiladero, en cuyo lecho corre un pequeño riachuelo. Ese cañón divide las colinas de una meseta árida y pedregosa —que los franceses llaman Causses— entre los ríos Dordogne y Lot.

Sobre la vida de Zaqueo o Amador, sin embargo, poco se sabe, a no ser que vivió y murió en aquel lugar inhóspito, conforme a una noticia que viene de boca a boca desde tiempos inmemoriales. Se suponía que el santo estaba enterrado en aquellas rocas, pero no se conocía el lugar exacto.

El cuerpo incorrupto y el culto a la Virgen María

En el siglo XII, no obstante, vino a luz el primer documento sobre el asunto. El abad del monte San Miguel, Robert de Torigny, narra en una crónica consagrada a la peregrinación del rey de Inglaterra, Enrique II Plantagenet, que “el año de la Encarnación de 1166, estando un habitante del lugar en su momento postrero, sin duda inspirado por Dios, mandó a los suyos sepultar su cadáver en la entrada del oratorio” (que existía en el lugar donde hoy se encuentra el santuario de Rocamadour). “Al cavar la tierra—prosigue el abad— se encontró el cuerpo bien entero (es decir, incorrupto) de Amador; el cual fue colocado en la iglesia junto al altar y así es mostrado a los peregrinos”.

Se ve por la crónica, que cuando el cuerpo fue encontrado en el siglo XII, ya existía un verdadero culto al santo que el pueblo relacionó de inmediato al de María Santísima, de la cual él fue fiel servidor. En efecto, el culto a la Virgen Negra3 de Rocamadour viene de tiempos remotos.

De cualquier modo, lo cierto es que en aquel lugar insólito se formó durante la Edad Media una encantadora aldea, que aún en nuestros días atestigua la gloria de Zaqueo o Amador.

“Su cuerpo, se sabe a ciencia cierta, está incorrupto y nunca se corrompió”, recitaban los trovadores en el siglo XIII. “En piel y hueso como Amador”, dice un proverbio de Lieja, que aún a veces se escucha en nuestros días.

El hecho es que, 400 años después de su descubrimiento, el cuerpo seguía intacto, como lo asevera una feligresa fallecida en 1632, que vio el cuerpo venerable de san Amador “todo entero, en piel y hueso, como el día en que murió”. Esta piadosa centenaria también fue testigo del frustrado intento de los protestantes hugonotes, que querían hacer una gran hoguera para quemar el cuerpo del santo. “Pero Dios no lo permitió”. Sin embargo, ellos hicieron pedazos la urna de plata y robaron el precioso tesoro.

En el espíritu de las personas del pueblo, el fiel servidor de María Santísima esperaba así el día de la resurrección de los muertos. Y se volvían hacia la Virgen Negra que realizaba tantos milagros. Ella es presentada como el Trono de la Sabiduría encarnada, que es Nuestro Señor Jesucristo, que la Virgen tiene sobre sus rodillas.

Un libro del santuario contiene 126 relatos de milagros atribuidos a Nuestra Señora de Rocamadour, delicadamente ilustrados con dibujos representando las escenas de tales prodigios.

Bendecido y maravilloso lugar de peregrinación

Rocamadour es fascinante bajo diversos puntos de vista. Podríamos describir sus maravillas, por ejemplo, desde la perspectiva de la sociedad orgánica. Pero el espacio nos limita. Restrinjámonos al aspecto religioso, las peregrinaciones.

Rocamadour es una fuente de gracias. Por eso atrajo santos, reyes y príncipes. Y continúa atrayendo hasta hoy a toda clase de peregrinos, sobre todo los que están cansados de la banalidad del mundo moderno y buscan, huyendo del desierto de las megalópolis modernas a un oasis que les sacie la sed de algo maravilloso y espiritual.

Enclavada directamente en la roca, junto a la entrada del santuario, se observa la legendaria espada de Roland, que el fiel par del emperador Carlomagno vino a ofrecer a Nuestra Señora de Rocamadour. Por allí pasaron célebres peregrinos: san Bernardo (alrededor de 1147); santo Domingo (1219); Cristóbal de Romaña, compañero de san Francisco de Asís, san Engelberto (1216 y 1225); san Antonio de Padua, que combatió a los cátaros y fundó un convento en Brive-la-Gaillarde: Enrique II de Inglaterra (1159 y 1170); Felipe de Alsacia, conde de Flandes (1170); san Luis IX, rey de Francia, con sus tres hermanos y su madre, Blanca de Castilla (1244); y otros soberanos, el último de los cuales fue Luis XI, hijo de Carlos VII (1443 y 1463).

Durandal, la legendaria espada de Roland, par del emperador Carlomagno que dejó a Nuestra Señora

Rocamadour y la batalla de las Navas de Tolosa

Según una crónica del monje Alberico, había en Rocamadour un religioso sacristán al cual la Santísima Virgen se le apareció con un estandarte doblado en la mano, durante tres sábados consecutivos. La Virgen le ordenó que, de parte suya, llevara el estandarte al “pequeño rey de España”, que debía combatir a los sarracenos. El sacristán alegó la poca consideración que darían a su persona: dijo que no daría crédito a sus palabras. Su rechazo fue la señal de que moriría al tercer día. El prior de Rocamadour recibió el encargo de cumplir el mandato, al cual estaba unido la orden de no desplegar el estandarte antes del día del combate y, además, de no hacerlo ese día antes de una necesidad apremiante. El sacristán murió después de dar a conocer esta revelación.

El prior ejecutó fielmente el mandato y se presentó en persona en el campo de batalla. Este estandarte llevaba la imagen de la Santísima Virgen con el Niño Dios en los brazos. Ella tenía a sus pies el símbolo que el rey de Castilla, llamado el “pequeño rey”, solía tener en su propio estandarte.

El “pequeño rey” era Alfonso VIII. Corría el año 1212. Los moros ocupaban gran parte de España y los reyes de Castilla, Navarra y Aragón se unieron para rechazar al enemigo. Alfonso VIII asumió la dirección de las operaciones militares contra el emir Al-Nasir, cerca de Las Navas de Tolosa.

Los musulmanes eran cinco veces más numerosos. Se traba el combate, la vanguardia cristiana es derrotada, la segunda línea se deshace, el resultado parece fatal… El estandarte de Rocamadour es entonces desplegado y mostrado a todos los guerreros. Los católicos se llenan de valentía y ponen en fuga al emir y a sus tropas.

¡La victoria cristiana estaba asegurada por la intervención de María Santísima!

Rocamadour y la epopeya de santa Juana de Arco

Dos siglos después, la Europa cristiana estaba en plena decadencia. La Providencia divina, siempre misericordiosa, envía señales de advertencia. La peste negra es una de ellas. La guerra de los 100 años, otra. A consecuencia de esta última, los ingleses ocupan buena parte del territorio francés al oeste y al norte del país.

En 1428, Carlos VII, rey sin corona, sin ejército, sin recursos y sobre todo sin virtud a la altura de la situación desesperada, envía con su esposa María de Anjou una carta al Papa Martín V, pidiéndole que recurra a Nuestra Señora de Rocamadour. El Papa concede un jubileo extraordinario por u periodo de diez años. Esto corresponde a lo que en Francia se llama un “gran perdón”, por el cual quienes visitan determinado santuario obtienen indulgencias y gracias especiales, concedidas por Dios en virtud del “poder de las llaves” que Jesucristo dio a san Pedro.

Como resultado, grandes multitudes, incluso de ingleses, afluyeron al santuario de Rocamadour. En 1429, aparece una doncella enviada por el Rey de los Cielos para expulsar a los ingleses del reino y coronar a Carlos VII rey de Francia. Este no cree. Pero santa Juana de Arco le revela cosas de su vida íntima que nadie podía conocer. Finalmente, Carlos VII cede y comienza la epopeya tan conocida de la reconquista del reino por la doncella de Orleans.

*     *     *

La situación actual de aquello que fue la Cristiandad y de la propia Iglesia Católica es incomparablemente más grave que la del siglo XV. Hoy, el enemigo no apenas derribó todas las murallas y cautivó a todos sus habitantes, sino que conquistó a quienes ejercen los más altos cargos de influencia en el plano temporal y hasta elevados cargos en el orden eclesiástico, para no hablar de los medios de comunicación, de las altas finanzas y de otros instrumentos de poder.

Con la certeza de que la Santísima Virgen nunca deja de atender a los que le piden con fe, supliquemos a Nuestra Señora de Rocamadour que socorra en esta circunstancia a sus hijos desamparados y en condiciones de tal inferioridad material, que solo con su auxilio celestial podremos triunfar sobre los enemigos de la Iglesia y de la civilización cristiana.

 Notas.-

1. Pronuncie “rocamadur”, con acento en la última sílaba.

2. Vea el recuadro con el texto del evangelio de san Lucas.

3. La expresión se debe al color negro de la rústica estatua de la Virgen Santísima, venerada en el santuario enclavado en la roca. Algunos especialistas se preguntan si la estatua no sería pintada, como en el tiempo de los romanos, y si su apariencia actual, bastante rústica, no se debe al descoloramiento de una capa de pintura que tal vez haya existido otrora. La explicación no pasa, sin embargo, de una mera conjetura.

Zaqueo, según san Lucas

Entró Jesús en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:

“Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:

“Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”.

Jesús le dijo:

“Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 1-10).



  




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