Santoral
San Pedro Julián Eymard, Confesor
Fundador del Instituto del Santísimo Sacramento para la adoración perpetua, sus últimos años fueron repletos de sufrimientos. Decía a Nuestro Señor: “Heme aquí, Señor, en el Huerto de los Olivos; humilladme, despojadme, dadme la cruz, con tal de que me deis también vuestro amor y vuestra gracia”.
Fecha Santoral Agosto 2 Nombre Pedro,Julián
Lugar Francia
Vidas de Santos San Pedro Julián Eymard

El Apóstol de la Eucaristía



Favorecido desde niño con una tierna devoción al Santísimo Sacramento, fue egregio fundador de dos congregaciones religiosas consagradas a la adoración perpetua de Jesús Sacramentado


Plinio María Solimeo


Por las calles de la pequeña ciudad de La Mure, cerca de Grenoble, Francia, apareció un modesto afilador de cuchillos. Llevaba de la mano a una niña de unos cinco años de edad, pobremente vestida. Mientras el padre afilaba cuchillos, la pequeña iba golpeando de puerta en puerta, pidiendo trabajo para él.

El aire de inocencia de la niña y la manera educada como hablaba, atrajeron de inmediato el interés general. ¿Quién era ella? ¿De dónde venían? ¿Y la madre? Eran algunas preguntas que le hacían.

La niña, aunque precozmente madura por las vicisitudes de la vida, algo les pudo responder: su padre se llamaba Julián Eymard, su madre había fallecido hacía poco tiempo; de sus cinco hermanos, los tres mayores habían salido de casa en búsqueda de trabajo y los dos menores habían sido dejados en casas de parientes; sólo ella había quedado con su padre para ayudarlo en el trabajo.

Marianita, como se llamaba, podría haber añadido que Julián había sido un agricultor que vivía con cierta holgura, antes de irrumpir la diabólica Revolución Francesa contra el Altar y el Trono. Como auténtico católico, fue perseguido, tuvo que andar fugitivo y perdió todo lo que tenía. Con la muerte de su esposa, fue necesario dispersar la familia y empezar aquel modesto trabajo de afilador para sobrevivir.

El calor y simpatía que encontró en La Mure lo decidió a radicar en ella. Poco a poco abrió un negocio de hojalatero, y más tarde montó un lagar para extraer aceite de nueces, muy rústicamente, pero que rendía lo suficiente para vivir.

Madre e hijo con una especial devoción eucarística

Siguiendo el consejo de su confesor, Julián contrajo un nuevo matrimonio, con María Magdalena Pelorse. Y así fueron llegando más hijos. Pero, Dios Nuestro Señor reservaba su cruz para este católico persuadido: en menos de cinco años perdió a siete de sus hijos, algunos de tierna edad.

¿Fue una compensación el nacimiento de Pedro Julián el 4 de febrero de 1811? En el seno de una virtuosa familia, el niño se sintió atraído desde muy pequeño hacia las cosas de la Religión. Su madre, que asistía diariamente a Misa, comenzó a llevarlo consigo, así como a las visitas diarias que hacía al Santísimo Sacramento. El niño se comportaba eximiamente en tales actos.

En La Mure existía la piadosa costumbre de dar la bendición con el Santísimo Sacramento en sufragio de los agonizantes. María Magdalena llevaba entonces a su hijo aún bebé a la iglesia y lo levantaba a la hora de la bendición suplicando al Señor que lo bendijera.

Iglesia de La Mure, ciudad natal del santo


Habiendo crecido un poco más, su madre lo hacía dormir los días viernes sobre paja, en vez de acurrucarlo en la cuna, en honra de la pasión de Nuestro Señor y para acostumbrarlo a cierta mortificación.

Con el fallecimiento de su madre, correspondió a su hermana terminar de criarlo. Cierto día el niño, entonces de cinco años, desapareció. Su hermana, después de buscarlo en vano por todas partes, tuvo la inspiración de ir a la iglesia. Allí, detrás del altar, lo vio sentado en la escalera usada para colocar al Santísimo Sacramento en exposición, con el rostro apoyado en el sagrario.

¿Qué haces aquí?, le preguntó intrigada.

“Mi oración”, respondió el niño.

“Pero, ¿por qué aquí?”

“Porque aquí estoy cerca de Jesús y lo oigo mejor”.

Ya adolescente, Pedro Julián comenzó a entregar el aceite preparado por el padre en casa de sus clientes. Y era tal su atracción por el Santísimo Sacramento que, pasando por la iglesia parroquial, no dejaba de entrar en ella para hacerle una visita.

Antes de su Primera Comunión, cuando su hermana comulgaba, le pedía que se quedara bien cerca de él, para sentir la presencia de Nuestro Señor en el alma de ella.

Misionero oblato de María Inmaculada

Fue con mucha dificultad que Pedro Julián obtuvo el permiso de su padre para entrar en el seminario y, después de muchos obstáculos logró ser ordenado sacerdote.

El camino de la Divina Providencia, que de él quería hacer el apóstol de la devoción eucarística, pasó por varios enredos. Sentía en sí la vocación religiosa, y terminó ingresando en la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada de reciente fundación que, además de la educación de la juventud, se dedicaba también a las misiones rurales y acababa de mandar a los primeros misioneros a Oceanía. En la congregación fue ejerciendo varias funciones; sin embargo, no dejaba de cuidar de los pobres y enfermos, de forma que comenzó a ser conocido por ellos como “el santo”.

Un día, en Lyon, durante la revolución anarquista de 1848, el padre Eymard pasaba por una de las calles de la ciudad cuando se deparó con un grupo de revolucionarios.

“¡Qué! Un padre por aquí”, gritaron algunos.

“¡El padre al Ródano!”, vociferaron en coro varios de ellos y amenazando con lanzarlo al río, avanzaron para cogerlo.

En ese momento uno de los revolucionarios gritó:

“¡Pero es el padre Eymard!”

A este nombre todos paran en silencio y después exclaman:

“¡Viva el padre Eymard!”

Y cargándolo sobre los hombros, lo llevan en triunfo hasta el convento.

El conde Raimundo de Cuers


Se define la vocación de un gran fundador

En su primer viaje a París, el padre Eymard tomó contacto con la Adoración Perpetua y conoció a un judío convertido, Ermano Cohen, quien iniciara la adoración nocturna masculina. En los medios eucarísticos, conoció también a un capitán de fragata, el conde Raimundo de Cuers, que después sería su auxiliar en la nueva congregación de los Sacramentinos.

Un día el padre Eymard oraba en la basílica de Fourvière, ante el altar de Nuestra Señora. Así describe la inspiración que le vino al espíritu en esa ocasión: “Estaba rezando, cuando se apoderó de mí un pensamiento tan fuerte, que me absorbió a punto de perder completamente todo otro sentimiento: para glorificar su Misterio de Amor, Jesús, en el Santísimo Sacramento, no tenía un cuerpo religioso que hiciese de eso su finalidad y a eso dedicase todos sus cuidados. Era necesario que hubiese uno”. Y quien tenía la gracia para hacerlo era él mismo.

¡Cuánto le costó llevar esa obra adelante! Religioso, con los tres votos, no era libre para dedicarse por entero a la obra que la Providencia le pedía. Y el superior general de los Oblatos de María Inmaculada no quería dispensarlo de los votos, para no perder a un elemento tan útil para su congregación.

El padre Eymard consultó al propio Papa Pío IX sobre la posible futura congregación. Respondió el inmortal Pontífice: “La obra viene de Dios, estamos de eso convencidos. La Iglesia necesita de ello: que se sigan todos los caminos para hacer conocida la divina Eucaristía”.

Finalmente el padre Eymard consiguió la dispensa de los votos. Con el conde de Cuers, a esa altura ya ordenado sacerdote, dio inicio a la Congregación del Santísimo Sacramento. Al arzobispo de París, que daría la autorización para la nueva congregación, explicó que “la nuestra no es una congregación puramente contemplativa. Nosotros hacemos la adoración, es cierto. Pero queremos también llevar a otros a ser adoradores y debemos ocuparnos de las Primeras Comuniones tardías. En fin, queremos poner el fuego en los cuatro rincones que París tanto necesita”. Sin embargo, la vocación del verdadero adorador del Santísimo Sacramento era, según él mismo describe, más amplia: “Adorar perpetuamente a Nuestro Señor en el trono de la gracia y del amor, agradecerle por el inefable beneficio de la Eucaristía, hacerse una misma víctima con Jesús Hostia para la reparación de tantos pecados que cubren la Tierra, ejercer a los pies de la Eucaristía una misión perenne de acción de gracias e impetración por la Iglesia, por la paz entre los príncipes cristianos, por la conversión de los pecadores, de los herejes, de los infieles, de los judíos: he ahí el elemento perenne de la vida del religioso del Santísimo Sacramento”.

Y para su concretización se había dedicado enteramente: “Dije sí a todo e hice el voto de dedicarme hasta la muerte a la fundación de una congregación de adoradores. Prometí a Dios que nada me detendría, aunque debiese comer piedras y terminar en el hospital. Y, principalmente, pedí a Dios (y tal vez fuese esto presunción de mi parte) trabajar sin el menor confort humano”.

Así, el jueves 22 de mayo de 1856, día de Corpus Christi, fue inaugurado el primer “cenáculo”, nombre típico que el santo daría a todas las casas del Instituto. Fundó también la congregación de las Siervas del Santísimo Sacramento, para la adoración perpetua.

En las dificultades, el apoyo del Santo Cura de Ars

Quien ayudó mucho a San Pedro Julián con sus oraciones e incentivos, en las muchas dificultades que tuvo que enfrentar, fue el Santo Cura de Ars, con quien estuvo más de una vez, y de quien habló en los mejores términos.

El famoso artista Rodin esculpiendo el busto de San Pedro Julián Eymard


Estando en Roma para tratar sobre la aprobación canónica de su congregación, el padre Eymard tuvo un éxtasis en la Basílica del Vaticano, justamente en el lugar en que debería pasar el cortejo pontificio. Pío IX, viendo a aquel padre tan recogido, hizo señal a los guardias para que se desviasen y no perturbar así su recogimiento.

Una persona que conoció bien al padre Eymard lo describe así: “Era de estatura alta, delgado, huesudo; tenía un rostro no propiamente bello, pero marcado con trazos salientes, que lo hacían verdaderamente escultural. La frente era ancha, los pómulos salientes, los ojos celestes, un mirar profundo y limpio bajo cejas bien definidas. La nariz recta, los labios ni gruesos ni finos, abiertos con una benigna sonrisa”.

El padre Eymard componía poesía y tenía dotes musicales. Tocaba el piano, el violín y la guitarra, habiendo compuesto varios motetes eucarísticos.

Sobre las gracias propias al fundador de una obra, decía él a sus sacerdotes: “No comprendéis el favor, la gracia que el Señor os hace al colocaros junto a la propia naciente del Instituto. No me preguntáis nada, no os valéis de eso. Yo también soy mortal, y cuando no estuviere más aquí, ningún otro tendrá las gracias del fundador”. San Pedro Julián Eymard falleció el día 1º de agosto de 1868, a los 57 años de edad.     



* Este artículo se basó en la espléndida obra de los padres Quirino Maraschini y Mondolfo Pedrinazzi, Sacramentinos: San Pietro Giuliano Eymard – Apostolo dell’Eucaristia, Curia Generalizia dei Padri del SS. Sacramento, Roma, 1962.


De la Devoción a la Virgen María (III) ¿Es malo pedir algún favor a los santos?
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Tesoros de la Fe N°68 agosto 2007


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