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«Tesoros de la Fe» Nº 164

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La Virgen y el Rosario, en un sueño de Don Bosco

Homenaje a San Juan Bosco en el bicentenario de su nacimiento

Desde los remotos tiempos del Antiguo Testamento, Dios se sirvió en muchas circunstancias de los sueños para transmitir su voluntad a ciertas personas privilegiadas: muchos patriarcas y profetas recibieron comunicaciones divinas por medio de sueños; también a San José, esposo de la Santísima Virgen, y a San Pedro, el primer Papa, les ocurrieron hechos semejantes.

En la vida de San Juan Bosco (1815-1888) tuvieron gran importancia los sueños de carácter sobrenatural.

Los mensajes de la Divina Providencia que le eran transmitidos por medio de sueños fueron bastante frecuentes. En general, se podría decir que sus mayores emprendimientos le fueron inspirados por ese medio, desde la infancia y hasta la más avanzada edad.

En las Memorias Biográficas de San Juan Bosco, recopiladas por sus hijos espirituales, se registran más de un centenar de sueños.

Al principio el santo no dio importancia a sus sueños, juzgándolos meros frutos de la imaginación o, peor aún, ilusiones diabólicas. Pero después, al darse cuenta de la realización de cosas soñadas con anterioridad, y de que en ciertos sueños le eran dadas órdenes concretas de importancia, resolvió consultar cuál debía ser su actitud frente a ellos a su director espiritual: San José Cafasso.

Con su amplia experiencia y reconocida prudencia, San José Cafasso examinó cuidadosamente lo que su dirigido espiritual le comunicaba y concluyó finalmente que los sueños eran inspirados por Dios y debían ser obedecidos, tranquilizando con ello a su confidente.

Años después, Don Bosco tuvo la ocasión de narrar personalmente al beato Papa Pío IX algunos de esos sueños, y el Pontífice, conformándose enteramente con el juicio de Don Cafasso, le ordenó a Don Bosco que los escribiera detalladamente.

Ciertamente, lo que San Juan Bosco llamaba sueños no siempre eran efectivamente sueños; muchos lo eran, ocurridos durante el sueño. Pero a veces fueron verdaderas visiones sobrenaturales, fenómenos místicos muy caracterizados, y el santo por modestia prefirió narrarlos como sueños.

Algunos de estos “sueños” —usemos la palabra entre comillas— eran relativos a la Iglesia y a las dificultades, luchas y sufrimientos que atravesaría en el futuro.

Otros eran relativos a la propia obra de San Juan Bosco, es decir, a la congregación salesiana, y en ellos el santo tomaba conocimiento del rumbo que debía seguir, de los problemas que debía evitar, de directrices que debía impartir a sus hijos espirituales y a sus alumnos, viendo en algunos casos con mucha claridad el estado de conciencia de ellos, y hasta previendo con antelación enfermedades y muertes entre ellos. Tales sueños sobre su obra eran tan frecuentes, que al final de la vida llegó a decir que no había dado el menor paso sin un aviso o una orden especial del cielo.

Otros sueños, en fin, se referían a diversas naciones —Italia, Francia, España, países de América, Asia o África— viendo en ellas hechos que acaecerían en un futuro, relacionados con la Iglesia o con los salesianos.

Al respecto, señala el P. Eugenio Ceria, que el año 1876 un joven discípulo se aventuró a interrogar a Don Bosco sobre sus sueños: “Don Bosco le dio una respuesta genérica, pero suficiente, diciéndole que en sus condiciones, sin medios, sin personal, le habría sido imposible trabajar en favor de la juventud, si María Auxiliadora no le hubiese acudido en su ayuda con luces especiales y abundantes auxilios no sólo en el orden material, sino también en el espiritual”.1

* * *

Veamos, pues, la relación de un sueño de Don Bosco sobre la devoción a la Virgen y al Rosario:

“En su crónica particular escribe el P. Francisco Provera en fecha correspondiente a la última semana de agosto: Don Bosco tuvo una nueva prueba de los continuos asaltos promovidos por el demonio contra las almas, de los perjuicios que ocasiona, de la necesidad de emplearse en continuas batallas para rechazarlo y arrancarle sus víctimas. Militia est vita hominum super terram.2

Un centenar de alumnos había regresado de casa para prepararse, después de los exámenes de preparación, al nuevo curso escolar.

El 20 de agosto de 1862, después de rezadas las oraciones de la noche y de dar unos avisos relacionados con el orden de la casa, dijo don Bosco:

—Quiero contarles un sueño que tuve hace algunas noches.

Soñé que me encontraba en compañía de todos los jóvenes en Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano. Mientras todos estaban en el recreo, vino hacia mí un desconocido y me invitó a acompañarle. Le seguí y me condujo a un prado próximo al patio y allí me señaló entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho metros de longitud y de un grosor extraordinario. Horrorizado al contemplarla, quise huir.

—No, no, me dijo mi acompañante; no huya; venga conmigo y vea.

—Y cómo quiere, respondí, que yo me atreva a acercarme a esa bestia.

—No tenga miedo, no le hará ningún mal; venga conmigo.

—¡Ah! exclamé; no soy tan necio como para exponerme a tal peligro.

—Entonces, continuó mi acompañante, aguarde aquí.

Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella en la mano volvió junto a mí y me dijo:

—Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo agarraré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta y así la mantendremos suspendida sobre la serpiente.

—¿Y después?

—Después la dejaremos caer sobre su espina dorsal.

—¡Ah! No; por favor. ¡Ay de nosotros si lo hacemos! La serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.

—No, no; déjeme a mí, añadió el desconocido, yo sé lo que hago.

—No, de ninguna manera; no quiero hacer una experiencia que me pueda costar la vida.

Y ya me disponía a huir. Pero él insistió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer; que la serpiente no me haría el menor daño. Y tanto me dijo, que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que me decía.

Él, entre tanto, pasó al otro lado del monstruo, levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder el objeto que la había herido, pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella mediante un nudo corredizo. Entonces el desconocido me gritó:

—Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape.

Y corrió a un peral que había allí cerca y ató a su tronco el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia mí, tomó la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una ventana de la casa.

Entre tanto, la serpiente se agitaba, movía furiosamente sus anillos y daba tales golpes con la cabeza y anillos en el suelo, que sus carnes se rompían saltando a pedazos a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y, una vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el esqueleto descarnado.

Entonces, aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y me dijo:

—¡Preste atención!

Metió la cuerda en una caja, la cerró, y después de unos momentos, la abrió. Los jóvenes habían acudido a mi alrededor. Miramos el interior de la caja y quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera que formaba las palabras: ¡Ave María!

—Pero ¿cómo es posible?, dije. Tú metiste la cuerda en la caja a la buena de Dios y ahora aparece de esa manera.

—Mira, dijo él; la serpiente representa al demonio y la cuerda el Ave María, o mejor, el Rosario, que es una serie de Avemarías con el cual y con las cuales se puede derribar, vencer, destruir a todos los demonios del infierno.

Hasta aquí, concluyó don Bosco, llega la primera parte del sueño. Hay otra segunda parte más interesante para todos. Pero ya es tarde y por eso la contaremos mañana por la noche. Entre tanto, tengamos presente lo que dijo mi amigo respecto al Ave María y al Rosario. Recémosla devotamente ante cualquier asalto de la tentación, seguros de que saldremos siempre victoriosos. ¡Buenas noches!” 3

 

Notas.-

1. Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Central Catequística Salesiana, Madrid, 1986, t. XI, p. 222.

2. La vida del hombre sobre la tierra es una batalla.

3. Cf. op. cit., t. VII, p. 208-210.



  




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