¿Cómo eran los pastorcitos?
A la par de la gran Historia, que registra y conserva los acontecimientos memorables, la llamada “pequeña historia” recoge episodios menores relacionados con los grandes hechos históricos, que dan a éstos su sabor y colorido, ya que nos permiten apreciar cómo se produjeron y la vida real de sus protagonistas.
Las apariciones de Fátima van cobrando cada vez más actualidad, demostrada por la creciente avidez del público por conocerlas, incluso en sus detalles menudos; por ejemplo, cómo eran los pastorcitos, su personalidad, su admirable inocencia que los hizo dignos de ser visitados por la propia Reina del Cielo. Atendiendo a ese legítimo deseo ofrecemos el relato de un contemporáneo de las apariciones, que tuvo el privilegio de conocer de cerca a los tres niños videntes.
Armando A. dos Santos
El día 7 de setiembre de 1917 apareció inesperadamente en Fátima, acompañado de un amigo, el joven abogado Dr. Carlos de Azevedo Mendes, residente en la ciudad de Torres Novas, distante varias horas a caballo.
Ese joven, quien más tarde sería influyente político y periodista, era católico practicante; pero como él mismo lo admitió después, se sentía escéptico con relación a las apariciones, y a veces hasta llegaba a burlarse de ellas. Iba a Fátima más que nada por curiosidad, pues ya entonces todo Portugal hablaba de las apariciones de Cova da Iria.
En carta a su novia, María Prazeres Lucas Courinha, el joven describió de modo pintoresco la sensación que causó, entre el público provinciano que llenaba la iglesia, la llegada de los dos forasteros a caballo. La primera impresión de desconfianza pronto se deshizo, cuando el joven se arrodilló y se puso a rezar, y el pueblo vio que no era un anticlerical de esos que a veces llegaban de las ciudades grandes, a reírse de la religión...
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Carlos se confesó, oyó Misa y comulgó. Después, como no conocía a nadie en el lugar ni sabía dónde podía comer algo (estaba en ayunas desde la víspera y ya era mediodía) se le ocurrió hacerse invitar al almuerzo del Párroco... Dicho y hecho: fue a despedirse de éste, diciendo que con su amigo iban a “buscar una taberna donde fuera posible comer cualquier cosa que fungiera de almuerzo”.
El artificio dio resultado: el párroco del lugar los invitó a almorzar. Eran ocho comensales, seis sacerdotes y los dos visitantes. El asunto, evidentemente, no podía dejar de ser Fátima:
“Almuerzo animado. Expliqué el motivo de mi ida. Cambiamos impresiones. En la víspera, las pequeñas [Lucía y Jacinta] habían estado en casa del párroco, para que los Padres las interrogasen. Mantuvieron todas sus afirmaciones de siempre, lo que juntamente con la actitud de las pequeñas, los impresionó. No era razón suficiente para que pudiesen formar un juicio, mas todos concordaban en que había algo de extraordinario. ¿Qué? Esperemos la secuencia de los hechos, y que la voluntad de Dios se manifieste”.
En seguida fue a visitar a los videntes. Conversó con la madre de Francisco y Jacinta (“seca, modos desembarazados, todo de mujer activa”) y, al final, consiguió hablar con los niños.
La primera en llegar fue Jacinta, pero muy intimidada:
“Muy menudita, muy encogidita, fue llegando a mis pies. (...) El párroco me había dicho que era un ángel. Quise también formar opinión. Te afirmo, Prazeres, es un ángel (...) Si mi Prazeres la viese y hablase con ella, ¡sólo no la raptaría si no le fuese posible! (...)
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“¡Querría describirte la carita, mas creo que nada conseguiré decirte que al menos se aproxime!
“El pañuelo, de la manera como lo usaba, aún más le realzaba las facciones: los ojos negros, de una vivacidad encantadora, una expresión angélica, de una bondad que nos seduce, un todo extraordinario, que no se porqué, nos atrae...
“Muy avergonzadita, con dificultad oíamos lo poco que hablaba en respuesta a mis preguntas. Le faltaba su Lucía. ¡No se sentía bien!... Después de haberla entretenido durante algún tiempo, conversando y (¡no te rías!) bromeando, llegó Francisco. Gorro enterrado por la cabeza, chaleco dejando ver la camisa, pantalones justos, en fin, un hombre en miniatura. ¡Bella cara de muchacho! ¡Mirar vivo y cara aniñada! Con aire desenvuelto responde a mis preguntas. La Jacinta comienza a ganar confianza. Poco después llega Lucía. ¡No imaginas la alegría de Jacinta, cuando la vio! ¡Toda ella rio, corrió hacia ella y nunca más la soltó! Era un cuadro lindo...
“Lucía no tiene rasgos que nos impresionen. Sólo la mirada es viva. Las facciones son vulgares, el tipo de la región. Al principio, también retraída. Mas en breve las tengo a sus anchas y entonces, sin embarazos, responden y van satisfaciendo mi curiosidad. (...)
“¿Esperas con ansiedad mi impresión, no es verdad? Pues vamos a ella. (...) Como te dije, examiné, o mejor dicho, interrogué a los tres por separado. Todos dicen lo mismo sin la más pequeña alteración. La base principal, lo que deduje de todo lo que me dicen, es que la aparición quiere que se esparza la devoción del rosario. Todos los pequeños dicen siempre que quien se les aparece es la Señora. No saben quién es... ¡Sólo después de seis veces el día 13 de octubre, les dirá quién es y lo que quiere! La naturalidad y la ingenuidad con que hablan y cuentan lo que vieron es admirable e impresionante.
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“Lucía ve a la Señora, habla con ella y la oye. Jacinta ve la Señora, la oye, pero no habla con Ella. Francisco ve la Señora, ¡pero no le habla ni la oye!
“Es interesante esta diferencia, ¿no crees, Prazeres? (...)
“Oír a las petisas, verlas en su simplicidad, examinarles su todo, nos impresiona de una manera extraordinaria, y me lleva a concluir que en todo lo que me dicen alguna cosa existe de sobrenatural. Estar con ellas nos choca con una fuerte intensidad... Hoy, Prazeres, es convicción mía que hay un hecho extraordinario que nuestra razón no alcanza. ¿Cuál? Con ansiedad más creciente aún espero el próximo día 13. Lo que es cierto es que nos sentimos bien junto a las pequeñas, y llegamos a perder la noción del tiempo. Hay una atracción que no sé cómo explicar... Una de las impresiones más intensas de los niños es la de la belleza de la Señora. El muchacho, para expresar su admiración decía que era “muy bonitica”!!! Le mostré tu retrato y le pregunté: ¿es más bonita? — «¡Mucho más!»...
Seis días después de ese primer encuentro con los videntes, Azevedo Mendes retornó a Fátima, estando presente en la aparición del 13 de setiembre. Y al mes siguiente, allí estuvo nuevamente, siendo testigo del milagro del sol. Escribió entonces un relato detallado de los hechos, en carta dirigida a un hermano suyo.
Ambos relatos, el hecho a la novia y el dirigido al hermano, son de gran importancia histórica y fueron incluidos en el primer volumen de la “Documentación Crítica de Fátima”, editado en 1992 por el Santuario de Fátima y coordinado por el P. José Geraldes Freire.
Esa fue la impresión que los videntes causaron al joven abogado. ¿Y qué impresión habrá causado éste a los pastorcitos?
En su “Segunda Memoria”, escrita en noviembre de 1937 —20 años después de las apariciones— la Hermana Lucía se refiere al Dr. Carlos de Azevedo Mendes, pero sorprendentemente dice que había tenido mucho miedo de aquel hombre que, en su imaginación infantil, le pareciera un peligroso alemán (Portugal estaba entonces en guerra con Alemania):
“Si no me equivoco, fue también durante este mes [setiembre] cuando apareció un joven que por su elevada estatura me hizo temblar de miedo. Cuando vi entrar en casa, en busca mía, un señor que tenía que curvarse para pasar por la puerta, me imaginé en presencia de un alemán. Y como en ese tiempo estábamos en guerra y las familias acostumbraban meter miedo a los niños diciendo: «¡ahí viene un alemán para matarte!», pensé por eso que era llegado mi último momento. Mi susto no pasó desapercibido al dicho joven, que procuró tranquilizarme sentándome en sus rodillas y preguntándome con toda amabilidad. Terminado su interrogatorio pidió a mi madre me dejase ir a enseñarle el sitio de las apariciones y a rezar allí con él. Obtuvo la licencia deseada y nos fuimos. Pero yo me estremecía de pavor al verme sola por aquellos caminos en la compañía de aquel desconocido. Me tranquilizaba la idea de que, si me mataba, iba a ver a Nuestro Señor y a Nuestra Señora.
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“Llegados al lugar, puesto de rodillas, me pidió que rezara el rosario con él suplicando a la Santísima Virgen una gracia que deseaba mucho: que una determinada joven consintiera unirse con él por el Sacramento del Matrimonio. Me extrañó la petición y pensé: «¡Si ella tuviera tanto miedo como yo nunca te diría que sí!». Terminado el rosario, el buen joven me acompañó hasta cerca de mi casa y se despidió amablemente recomendándome su intención. Yo entonces comencé a correr despavorida hasta llegar a casa de mis tíos, ¡recelando que todavía él se volviese atrás!
“Cuál no fue mi espanto cuando, el día 13 de octubre me encontré de repente, después de las apariciones, en brazos de dicho personaje nadando por encima de las cabezas de la gente. ¡Realmente estaba bien para que todos pudiesen satisfacer su curiosidad de verme! Al poco rato, como el buen señor no veía dónde ponía los pies, ¡tropezó en unos pedruscos y cayó! Yo no caí porque quedé sostenida por las masas que me apretujaban. Otros me cogieron después y él desapareció hasta que, pasado algún tiempo, volvió con la joven ya entonces su esposa. Iba a agradecer a la Santísima Virgen la gracia recibida y a pedir una copiosa bendición. Este joven es hoy el señor Doctor Carlos Mendes, de Torres Novas”.
El miedo que Lucía tuvo del Dr. Carlos de Azevedo Mendes pronto se disipó, pues ya al año siguiente, con licencia de sus padres, fue a pasar algunos días en la residencia de éste, en Torres Vedras. El Dr. Carlos y su esposa quisieron que Lucía residiese permanentemente con ellos, y pidieron a los padres de la vidente autorización para ello, comprometiéndose a cuidar de su educación. La madre de Lucía era favorable al proyecto, pero el padre solamente autorizó que la niña fuese a pasar unos días en casa de la simpática pareja.