Lágrimas, milagroso aviso
El presente artículo fue publicado originalmente en la “Folha de São Paulo”, el domingo 6 de agosto de 1972, siendo reproducido posteriormente en numerosos periódicos y revistas del mundo entero. Su devotísimo autor analiza, con la seriedad y profundidad que siempre lo caracterizaron, el más estupendo milagro ocurrido con la imagen Peregrina Internacional de Nuestra Señora de Fátima.
Plinio Corrêa de Oliveira
Los diarios del 21 de julio de 1972 publicaron una fotografía procedente de la ciudad de Nueva Orleans, en los Estados Unidos, en la cual se veía una imagen de Nuestra Señora de Fátima vertiendo lágrimas. El documento despertó vivo interés en el público del mundo entero. Así pues, pienso que algunos detalles sobre este asunto satisfarán los justos anhelos de muchos lectores.
No conozco mejor fuente sobre la materia que un artículo muy americanamente titulado “Las lágrimas de la Imagen mojaron mi dedo”. Su autor es el sacerdote Elmo Romagosa. Publicó su trabajo el día 20 de julio de aquel mismo año en el “Clarion Herald”, semanario católico de la diócesis de Nueva Orleans, distribuido en once parroquias del Estado de Louisiana.
Los antecedentes del hecho son conocidos. En el año 1917, Lucía, Francisco y Jacinta tuvieron varias visiones de Nuestra Señora en Fátima. La autenticidad de esas visiones fue confirmada por varios prodigios del Sol, presenciados por toda una multitud reunida mientras la Virgen se manifestaba a los tres niños.
En términos genéricos, Nuestra Señora incumbió a los pequeños pastores de comunicar al mundo que estaba profundamente disgustada con la impiedad y corrupción de los hombres. Si estos no se enmendasen, vendría un terrible castigo que haría desaparecer varias naciones. Rusia difundiría sus errores por todas partes. El Santo Padre tendría mucho que sufrir.
El castigo sólo sería evitado si los hombres se convirtiesen, si fuesen consagrados Rusia y el mundo al Inmaculado Corazón de María y si se pusiese en práctica la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados de cada mes.
En vista de esto, la pregunta que naturalmente viene al espíritu es si las peticiones fueron atendidas.
Pío XII hizo en 1942 una consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María. La hermana Lucía, única superviviente, afirmó que faltaron al acto algunas de las características indicadas por Nuestra Señora. No pretendo analizar aquí el complejo asunto. Consigno, solamente de paso, que es discutible si la segunda petición de Nuestra Señora fue atendida o no.
En cuanto a la primera petición, es decir, la conversión de la humanidad, es tan obvio que no fue atendida, que me dispenso de entrar en pormenores.
Como Nuestra Señora estableció la realización de sus peticiones como condición para que fuesen apartados los flagelos apocalípticos previstos por Ella, está en la lógica de las cosas que baje sobre la humanidad la cólera vengativa y purificadora de Dios, antes de que llegue la conversión de los hombres y la instauración del Reino de María.
De los tres niños de Fátima, la única que todavía vive es la Hermana Lucía, hoy religiosa carmelita en Coimbra [N. de la R.:falleció el 13 de febrero de 2005]. Bajo la dirección de esta última, un artista esculpió dos imágenes, que corresponden tanto cuanto es posible a los trazos fisonómicos con que la Santísima Virgen apareció en Fátima.
Estas dos imágenes, llamadas peregrinas, han recorrido el mundo, conducidas por sacerdotes y seglares. Una de ellas fue llevada a la ciudad de Nueva Orleans. Y allí vertió lágrimas.
El P. Romagosa, autor de la crónica a que me referí, había oído hablar de esas lacrimaciones al P. Breault, a quien estaba confiado el cuidado de la imagen. Sin embargo, sentía una honda reluctancia a admitir el milagro. Por esto, pidió al P. Breault que le avisase tan pronto comenzara a producirse el fenómeno.
El P. Breault, notando alguna humedad en los ojos de la imagen el día 17 de julio de 1972, llamó por teléfono al P. Romagosa, quien corrió junto a la imagen a las 21:30 horas, trayendo fotógrafos y periodistas. De hecho, todos notaron alguna humedad en los ojos de la imagen, que fue fotografiada inmediatamente. El P. Romagosa pasó entonces el dedo por la superficie húmeda, y así recogió una gota del líquido, que también fue fotografiada. Según el P. Breault, ésta era la 13a lacrimación de la imagen.
A las 6:15 horas de la mañana siguiente, el P. Breault llamó nuevamente al P. Romagosa, informándole que desde las cuatro de la mañana la imagen lloraba. El P. Romagosa llegó poco después a la iglesia donde, dice él, “vi una abundancia de líquido en los ojos de la imagen, y una gota grande de líquido en la punta de la nariz de la misma”. Fue esta gota, tan graciosamente pendiente, la que la fotografía de los diarios mostró al público.
El P. Romagosa añade que vio “un movimiento del líquido mientras surgía lentamente del párpado inferior”.
Pero el P. Romagosa quería eliminar dudas. Notó que la imagen tenía una corona sujeta a la cabeza por un asta metálica. Se le ocurrió una pregunta: ¿no habrá sido introducida, en el orificio en que penetra el asta, cierta cantidad de líquido que después se filtró hasta los ojos de la imagen?
Terminado el llanto, el P. Romagosa retiró la corona de la cabeza; el asta metálica estaba enteramente seca. Entonces introdujo, en el orificio respectivo, un alambre revestido de un papel especial que forzosamente absorbería cualquier líquido que estuviese allí. Pero el papel salió enteramente seco.
No satisfecho todavía con tal experiencia, el P. Romagosa introdujo en el orificio cierta cantidad de líquido. Sin embargo, los ojos se conservaron absolutamente secos. El P. Romagosa puso entonces la imagen de cabeza hacia abajo. Todo el líquido introducido en el orificio escurrió normalmente. Estaba cabalmente probado que desde el orificio de la cabeza —único existente en la imagen— no sería posible ninguna filtración de líquido hacia los ojos,
El P. Romagosa se arrodilló. Finalmente creyó.
El misterioso llanto nos muestra a la Virgen de Fátima llorando sobre el mundo contemporáneo como otrora Nuestro Señor lloró sobre Jerusalén. Lágrimas de afecto tiernísimo, lágrimas de dolor profundo, en la previsión del castigo que vendrá.
Vendrá para los hombres del siglo XX, si no renuncian a la impiedad y a la corrupción; si no luchan contra la autodemolición de la Iglesia, el maldito humo de Satanás que, según dijo Pablo VI, ha penetrado en el recinto sagrado.
¡Todavía hay tiempo, pues, de detener el castigo, lector, lectora!
Pero, dirá alguien, ésta no es una meditación propia para la amenidad en la cual me gusta vivir.
– ¿No es preferible, pregunto, leer hoy este artículo sobre la suave manifestación de la profética melancolía de nuestra Madre, a soportar los días de amargura trágica que, si no nos enmendamos tendrán que venir?
Si vienen, me parece lógico que habrá en ellos, por lo menos una misericordia especial para los que hayan tomado en serio, en su vida personal, el milagroso aviso de María.
Para que mis lectoras, mis lectores, se beneficien de esta misericordia, les ofrezco el presente artículo...