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La gracia de Fátima actuando en Ucrania


Eduardo Dufaur

Monumento a san Vladimir el Grande en Moscú; al fondo, el Kremlin

Dios creó a los hombres para que le rindan gloria en esta tierra, y más tarde en el Cielo por toda la eternidad. Quiso que esa gloria se materializara en los pueblos mediante sus realizaciones históricas, una razón por la cual los rusos y los ucranianos, en el actual estado de guerra, atraen la atención universal.

Rusia fue la única nación señalada por la Santísima Virgen en Fátima al establecer una de las condiciones relativas al triunfo de su Inmaculado Corazón. Cuando apareció en 1917, Ucrania formaba parte de Rusia, de la que es además cuna. Ahora Dios permite esta guerra en el corazón de estos pueblos y no es difícil considerar su relación con el Mensaje de Fátima y el Reino de María allí anunciado.

Quizás el lector se sorprenda del silencio que se guarda sobre los planes de la Virgen. Para entender mejor esta situación, debemos retroceder en el tiempo.

El bautismo de Rusia

Hasta el año 988, el mundo eslavo de dominación vikinga incluía, en un inmenso territorio sin mucha organización, a las futuras naciones de Ucrania, Rusia, Bielorrusia y partes de otros países. Los caudillos se imponían por la fuerza de las armas y utilizaban títulos como zares, césares, reyes y similares. El nombre de Rus o Rutenia significaría “remeros”, pues los vikingos dominaban los grandes ríos esteparios con sus barcos a remo.

En aquel año la primacía era de Kiev, actual capital de Ucrania, donde a raíz de la muerte del príncipe Ígor la regencia fue asumida por su viuda santa Olga (de 945 a 969). Ella fue la primera soberana eslava en ser bautizada (en 945 o 957), recibiendo el nombre cristiano de Yelena en memoria de la emperatriz de Constantinopla.

Santa Olga defendió el trono de su hijo Sviatoslav I contra feroces rebeliones. No consiguió convertirlo, pero su nieto, san Vladimir el Grande, reinó de 980 a 1015 con los títulos de Gran Duque de Kiev y de todas las Rusias o Zar de todas las Rusias.

San Vladimir fue bautizado cerca de Sebastopol (Crimea), ciudad cuya catedral lleva su nombre. Más tarde regresó a Kiev, donde toda su familia y el pueblo pidieron el bautismo. Todo esto en la década del año 990. El Bautismo de Kiev llevó al mundo eslavo a convertirse al catolicismo.

El príncipe derribó monumentos paganos, destruyó ídolos, combatió la embriaguez, trabajó por la conversión de sus súbditos y construyó numerosas iglesias, entre ellas la de la Dormición de la Virgen, el primer templo de piedra del país. El patriarca de Constantinopla donó a la nueva catedral un espléndido mosaico de la Virgen. De Moscú no se tiene noticias hasta el año 1147.

Cisma diabólico y santo “uniatismo”

El demonio, que ya actuaba en el seno de la Iglesia, se ensañó con el naciente imperio. El Papa Pío XI lo explicó en la encíclica Ecclesiam Dei, del 11 de noviembre de 1923. En el año 1054, el patriarca de Constantinopla, Miguel I Cerulario (1000-1059), provocó el Gran Cisma de Oriente, infestado de herejías. Él era la cabeza del rito greco-católico establecido por san Juan Crisóstomo y, como un nuevo Lucifer, arrastró a legiones de obispos y fieles a la perdición.

Los Papas trataron de traerlos de vuelta al redil de Cristo. Pío XI destaca entre ellos el papel de san Gregorio VII, que invocó las bendiciones celestiales sobre Demetrio, príncipe de Kiev y rey de los rusos, y sobre la reina, a petición del hijo de ambos, que se encontraba en Roma.

Martirio de san Josafat, Józef Simmler, c. 1861 – Óleo sobre tela, Museo Nacional de Varsovia

Los papas Honorio III, Gregorio IX e Inocencio IV enviaron legados a los príncipes, hasta que, en 1255, restablecida la unidad, el nuncio coronó a Daniel, hijo de Román, como rey de todas las Rusias. Esta unión duró muchos años, enseña la Ecclesiam Dei, a pesar de los contratiempos.

Durante el Concilio de Florencia (1431-1445), conocido también como Concilio de Basilea, el arzobispo Isidoro, metropolita de Kiev y de Moscú, cardenal de la Santa Iglesia Romana, en nombre de todos los pueblos de su lengua, juró conservar santa e inviolable la unidad en la fe de Roma, ratificando la promesa de 1255. Pero el infierno devolvió el golpe en 1453, cuando el otomano Mohamed II se apoderó de Constantinopla, donde, según los errores cismáticos, residía el Espíritu Santo, que habría abandonado Roma.

Convencidos por la calamidad de que el Espíritu Santo no podía estar en esa ciudad, los obispos del rito greco-católico se reunieron con los legados pontificios en el Concilio de Brest (1595-1596), en la actual Bielorrusia, y juraron sumisión a los Papas de Roma. De ahí proviene la denominación “uniata”. El Papa Clemente VIII confirmó este concilio en la constitución apostólica Magnus Dominus y convocó a la Iglesia para dar gracias a Dios por el paso dado.

Pero el zar de Moscú, Teodoro I —hijo de Iván IV el Terrible— no aceptó esta decisión porque, al igual que sus predecesores, utilizaba a los obispos para consolidar sus conquistas. Entonces convocó un Sínodo y, bajo amenaza de muerte, obligó a los obispos a doblegarse ante un “patriarcado de Moscú” de su invención, así como a reconocer que el Espíritu Santo estaría en Moscú, la llamada Tercera Roma, después de Roma y Constantinopla.

“A través de vosotros, mis ucranianos, espero convertir el Oriente”

Sin embargo, el arzobispo de Polotsk (Bielorrusia), san Josafat Kuntsevytch (1580-1623), resistió y desterró a los cismáticos, siendo por ello martirizado en Vitebsk el año 1623. La brutalidad del crimen conmocionó a muchos cismáticos, que acabaron agrupándose en la Iglesia greco-católica ucraniana, fiel a Roma.

Con motivo de la beatificación de este mártir en 1643, el Papa Urbano VIII defendió la Unión de Brest con palabras que siguen siendo actuales: “A través de vosotros, mis ucranianos, espero convertir el Oriente”.1 San Josafat fue canonizado por Pío IX en 1867 y sus restos mortales están expuestos en la Basílica Vaticana.

El cardenal Josyf Slipyj, arzobispo mayor de Lviv, junto a Plinio Corrêa de Oliveira en setiembre de 1968

En sentido contrario, el Patriarcado de Moscú se extinguió por el mismo capricho de los zares que lo crearon. En 1721, Pedro el Grande, considerando que era una antigualla incompatible con la modernización del imperio, acabó por enterrarlo durante casi dos siglos, hasta que, aprovechando el derrocamiento de la monarquía por el comunismo, algunos obispos cismáticos oportunistas lo restauraron.

La revolución bolchevique necesitaba de ese patriarcado para engañar más fácilmente al pueblo, y lo reinstauró con la condición de que predicara el socialismo. El Soviet de Comisarios del Pueblo, tribunal del terror marxista, lo autorizó el 5 de febrero de 1918. Con las sucesivas matanzas comunistas, de los 50.960 clérigos cismáticos —los llamados “popes”— existentes entonces, solo quedaron 5.665. De los 90.000 monjes apenas quedaban unos centenares; y de las 40.500 iglesias y 25.000 capillas cismáticas se conservaron únicamente 4.255, gran parte de ellas en ruinas.

El “patriarca” Tikhon protestó y fue encarcelado y torturado. Salió de la cárcel prometiendo que “desde ahora no soy enemigo del poder soviético”. Tikhon murió en 1925, quizás envenenado, y el “patriarcado” continuó como una agencia del dictador de turno, siendo sus miembros escogidos por la policía política comunista.

El genocidio soviético

Gran parte del pueblo ucraniano pertenecía a la etnia cosaca (o pueblo libre, indomable y guerrero), también presente en los países vecinos. Los cosacos se mantuvieron cismáticos y los zares de Moscú les ofrecieron muchas concesiones a cambio de servir en unidades de caballería. Para algunos, son la columna vertebral de la Ucrania moderna, como dice el himno nacional: “Somos de estirpe cosaca”.

Cuando el comunismo destronó a los zares, los cosacos lucharon por la monarquía. En venganza, el dictador Joseph Stalin, con la complicidad del “patriarcado de Moscú”, mató de hambre a entre seis y ocho millones de ellos. Paradójicamente, los únicos que denunciaron el crimen ante el mundo fueron los obispos católicos, que escribieron: “Las secuelas del régimen comunista son cada día más aterradoras. Sus crímenes horrorizan a la naturaleza humana y congelan la sangre […]. Protestamos ante el mundo entero contra la persecución de niños, pobres, enfermos, inocentes, y citamos a los torturadores ante el tribunal de Dios Todopoderoso. La sangre de los hambrientos y esclavizados mancha la tierra de Ucrania y clama al cielo por venganza, el lamento de las víctimas del hambre llega hasta Dios en el cielo”.2

A su vez, el comunismo obligó a los greco-católicos ucranianos a apostatar uniéndose al “patriarcado de Moscú”, y confiscó todos sus bienes. Los católicos resistentes fueron martirizados, enviados a Siberia o se refugiaron en la clandestinidad, siendo el único grupo religioso que resistió al comunismo.

El arzobispo mayor de los católicos greco-ucranianos, monseñor Andrey Sheptytsky, arzobispo de Lvov y patriarca de Galitzia, apeló al Papa Pío XII: “Este régimen solo se puede explicar como un caso de posesión diabólica colectiva”. Y pidió al Pontífice que todos los sacerdotes del mundo “exorcizasen a la Rusia soviética”.3 Desgraciadamente, ni los gobiernos occidentales ni la Santa Sede atendieron a estos gritos desgarradores.

La gracia de Fátima actúa en Ucrania

Cuando cayó la Unión Soviética, unos 300.000 católicos salieron de las catacumbas, sin embargo, según las estimaciones actuales, en Ucrania existen unos cinco o seis millones de fieles. Porque debido a la resistencia de los católicos al comunismo —a diferencia de los “popes” cismáticos que le fueron sumisos— muchos excismáticos pasaron a integrarse a la Iglesia Católica, como en su día lo hicieron los “uniatas”.

Plinio Corrêa de Oliveira observó que “avalanchas de personas procedentes de las Iglesias ortodoxas desean entrar en la Iglesia católica. Esto es una conversión. Pero la Ostpolitik de la Santa Sede no simpatiza con ellos porque perturban las relaciones entre el Krem­lin y el Vaticano. Ucrania, junto con Polonia y los países bálticos, pueden formar un cinturón católico altamente peligroso para el comunismo”.4 Las sucesivas intervenciones de la Ostpolitik vaticana para frenar esta tendencia fueron infructuosas.

Bajo un puente destruido, a la espera de atravesar el río, cientos de ucranianos huyen de los ataques rusos a Irpin

Al ser preguntado por la acción de la gracia de Nuestra Señora de Fátima en la antigua Unión Soviética, Plinio Corrêa de Oliveira afirmó: “Donde veo una posibilidad más palpable de conversión es en la pisoteada Ucrania, donde los católicos resisten heroicamente, y los cismáticos comienzan a convertirse. Los torturadores del clero cismático son responsables del sufrimiento del pueblo y se han degradado mucho ante la opinión pública”. Consideraba que esta tendencia hacia la conversión traería consigo la posibilidad de un apostolado católico en toda Asia, “pues no hay región de la India, de China o de Persia, en la que Siberia no pueda, con el tiempo, funcionar como una regadera que gotee la fe”.5 Al ocurrir esto, se cumpliría la predicción del Papa Urbano VIII: “A través de vosotros, mis ucranianos, espero convertir el Oriente”.6

Tal perspectiva disgusta a la Rusia de Putin y al “patriarcado de Moscú”, que se aprovechan del Papa Francisco para bloquear esta medida. En febrero de 2016, el Pontífice bajó a la capital de la Cuba castrista para firmar una Declaración Conjunta con el patriarca Kirill, vetando el “uniatismo” y la conversión de grandes grupos de cismáticos al rito greco-católico.7

El vaticanista Sandro Magister escribió, el 8 de junio de 2018, que una delegación de ese patriarcado en Roma estaba eufórica “visto como Francisco abrazó las tesis del patriarcado de Moscú y, por el contrario, condenó con palabras muy ásperas las posiciones de la Iglesia greco-católica ucraniana”.8

No es de extrañar que ese mismo año el jefe del “patriarcado de Moscú” amenazara al “cisma ucraniano” con un “derramamiento de sangre”, según informó la página web de Unisinos.9 Se refería a los cismáticos que cambiaron el “patriarcado de Moscú” por otra iglesia cismática, pero se aproximaron al catolicismo. Ahora Kirill ha hecho una apología de la guerra de Putin contra Ucrania como una “guerra moralmente justa y útil” contra un “Anticristo”,10 aduciendo pretextos “conservadores”.

*     *     *

La guerra no ha terminado y se anuncian momentos aún más trágicos. Una cosa, sin embargo, es cierta: la mano de la Divina Providencia está pesando a favor de los católicos ucranianos contra los enemigos de la civilización cristiana. La hora de la conversión de Rusia prometida por la Santísima Virgen en Fátima parece acercarse.

 

Notas.-

1. Cf. Miroslav Labunka & Leonid Rudnytzky, The Ukrainian Catholic Church, 1945-1975, St Sophia Association, Filadelfia, 1976, p. 9.

2. Mons. Ivan Buchko, First Victims of Communism: White Book on the Religious Persecution in Ukraine, Roma, 1953, apud https://flagelorusso.blogspot.com/2019/11/genocidio-de-milhoes-de-ucranianos.html.

3. P. Alfredo Sáenz SJ, De la Rusia de Vladimir al hombre nuevo soviético, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1989, p. 438-439 apud https://flagelorusso.blogspot.com/.

4. Anotaciones del 25 de setiembre de 1990.

5. Conferencia del 11 de julio de 1992.

6. Cf. Labunka & Rudnytzky, op. cit., p. 9.

7. https://flagelorusso.blogspot.com/2016/02/hoje-como-ontem-ostpolitik-vaticana.html.

8. http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2018/06/08/en-ucrania-entre-ortodoxos-y-catolicos-francisco-tomo-partido-por-moscu/.

9. https://www.ihu.unisinos.br/78-noticias/580445-o-patriarcado-de-moscou-o-cisma-ucraniano-provocaria-um-derramamento-de-sangue.

10. https://www.ihu.unisinos.br/78-noticias/616708-para-o-patriarca-kirill-a-guerra-e-moralmente-justa-e-util-para-parar-o-lobby-gay-ocidental.